martes, 24 de marzo de 2020

DE COMO EL KARMA REACCIONÓ ANTE EL ALMA NEGRA DE UN VIUDO





Hoy, hablamos con una señora que vivió en un barrio de Murcia (no diremos dónde para proteger la identidad de las personas), y que nos va a contar la historia de lo que le sucedió a un viudo, de no muy buenas intenciones para con las mujeres que ocuparon una página en su vida y como la maquinaria de lo que llamamos "karma" le pasó factura en vida.
La historia es la siguiente, en los años 70', un señor que se encontraba en la treintena de su vida, contrae primeras nupcias, con una joven vecina de su localidad. Hasta aquí lo normal. No sabemos cómo sería esta primera relación, pero suponemos que todo le iría bien a la pareja, hasta que ella se queda embarazada, y en el parto, sufre una gravísima hemorragia, que le dejó una anemia perniciosa, y esto le provocó una fuerte neumonía, que le llevó irremediablemente a la muerte en la flor de la vida, y recién inaugurada su faceta de madre. Pero esto era relativamente normal en aquellos tiempos, y muchas mujeres jóvenes perecían de esta manera: las complicaciones en el parto, eran letales incluso para aquellas que estaban plenas de salud. Y por supuesto, muchas de ellas, guardaban reposo en casa,  y por ende, morían en sus camas y no en centros hospitalarios.
Y el bebé, fue dado a los parientes de la señora, para que lo criaran, según nos cuenta.
Y el hombre se queda de nuevo solo y desamparado sin una mujer que encender el fuego y el ardor de su vida, y decide ir de caza en busca de una novia, pasados unos años de búsqueda, encuentra esa nueva novia, esa nueva compañera, que se convirtió en su esposa, en la persona de  Doña Filomena de 50 años, soltera y sin hijos, así que cuando el hijo de su esposo ya estaba más crecidito, decidieron traerlo a casa, para que viviera con ellos, aunque no todo era un camino de rosas porque según decían los vecinos, en aquella casa siempre "habían follones" y discusiones entre el padre y el hijo. Mientras la pobre mujer hacía lo que podía, y digo "lo que podía", porque ella no trabajaba y no tenía ingresos, pero su esposo, alardeaba de que tenía muchas y buenas tierras preñadas de cítricos y almendros entre otros. Que era un señor pudiente.




Y aquí está la cuestión: que él a ella no le daba ni un duro para su manutención, argumentando que las fincas "a veces" le daban algo, y la gran mayoría de las veces, no le daban nada.
Y con este argumento, mataba de hambre a su señora, que, siendo una persona tímida, callada, y recatada, a la que jamás se le escuchó una queja, o un disputa por nada, ahogaba las penas con agua.

Mientras, el viejo ávaro, se metía en el coche con una navaja, a la vista de todo el barrio, con todo lo que compraba para darse un festín para sí mismo: hueva, mojama, buenos lomos, longanizas, buenos quesos y vino. Y cuando ya estaba harto a comer, de todo lo bueno, entraba a su casa, ante la vista de su señora muerta de hambre, sin ningún pudor.
Por supuesto, él no comía nunca en casa, porque ya lo hacía fuera.
¿Y que comía ella?...preguntaréis, pues una pastilla de avecrem, "cuando tenía", con patas de pollo que caritativamente le regalaban en la plaza de abastos de su barrio.
Ella mataba el tiempo sumida en la limpieza y quehaceres de su casa, pues era una mujer muy limpia, introvertida, con una timidez que hacía que apenas hablara con alguien, y era muy trabajadora, tanto, que ella pidió trabajo a la persona que nos relata la historia,  vecina de su barrio, y gran modista, que trabajaba como cosedora en su casa, y su vecina, conocedora de su amarga situación, sintió que debía ayudarla, y le daba de los arreglos que le encargaban para sacarse unas duros, parte de su trabajo para que se ganara también algo ella.
Era un trabajo de arreglar babis para un colegio cercano, y ella era tan buena cosiendo, que cuando entregaban los trabajos al taller, los responsables quedaban sorprendidos, ante la perfección de las puntadas de la virtuosa mujer. Por ello le daban 3 duros y le besaba las manos a la vecina, pese a lo extremadamente barato que se cobraban estos arreglos  y a lo poco que sacaba para sí misma. 
Quienes la conocieron dicen que era una señora de su casa y de sus cosas, una mujer con cultura, que no quería que nadie se enterara de sus problemas de casa, y de la mala vida que estaba llevando.
Esto lógicamente es un error, porque cuando una mujer se encuentra en este aprieto existencial, de injusticia, debe pedir ayuda a las instituciones y a los medios disponibles, pero aquellos eran otros tiempos, donde las mujeres, cocinaban a fuego lento sus problemas conyugales confinadas entre sus cárceles de ladrillo, atadas con una cadena invisible a su marido.
En fin, que el trabajo no le duró mucho, pues cerraron a los pocos meses el taller, y dejaron de darle los pequeños arreglos que le daban alguna alegría, y ella murió al poco tiempo también, porque la  tristeza se la fue comiendo poco a poco, enfermando del hígado, y como estaba convaleciente en su casa, en su cama, era su marido quien le ponía y sumistraba los sueros, y este viejo avaro, ...le "racionaba los sueros" por no gastar dinero en su señora, de tal manera que si el médico le había dicho que necesitaba ponerle una bolsa al día, esta persona le ponía un cuarto y guardaba el resto para el día siguiente. Algo que sin duda, le aceleró la muerte.
Por supuesto, él se marchaba, y la dejaba completamente sola en la casa muriéndose. Los últimos días fueron un par de vecinas del barrio a verla agonizar. Entre ellas quien nos cuenta la historia que también fue al velatorio con su hermana.



Un velatorio, que por supuesto, el velatorio fue en su casa, como se estilaba en la época. Quien nos cuenta la historia, que amablemente se ha acercado a este blog, para hacer justicia al alma de esta persona, nos cuenta la deprimente estampa del velorio con todo detalle:
La muerta estaba en su dormitorio, que daba al patio interior de la casa por una puerta que permaneció abierta en todo momento, pese a ser uno de los meses más fríos del año, haciendo un frío horrendo en la habitación que parecía congelada. Los asistentes al velatorio, estaban todos en el salón, y de la habitación de la muerta que daba también al salón permaneció cerrada en todo momento, como para ahorrarle es funesto espectáculo al público asistente, que no entró en ningún momento a honrar el cadáver de la mujer fallecida, y que prefirieron quedarse en todo momento en el salón contando chistes con el marido de la finada, en una velada, más se parecía a un reunión distendida y alegre con los amigos que al velatorio de una pobre mujer. Nadie entró, y nadie quiso honrar su memoria.
Sólo esta vecina, y su hermana, que eran unas jóvenes de 18 años (ahora son ya dos personas septuagenarias), se dignaron a entrar a puerta cerrada y medio congeladas por el frío del patio, a rezarle a su querida vecina, y a decirle a viva voz cuanto la apreciaban y querían, diciendole que si podía oirlas supiera que la querían y que era una gran señora. Dos ángeles que sin duda le hicieron llegar su cariño y respeto por su alma. Mientras lloraban las hermanas,y rezaban por ella, les vino a la cabeza aquella frase de Bécquer: "que solos se quedan los muertos", separados por un muro invisible de los vivos que no quieren saber ya nada de sus restos mortales. Ambas se fueron con una pena muy grande en el corazón, por el desprecio y la indiferencia de los demás ante esta gran mujer, que había muerto amarilla como la cera, con los ojos cerrados, vestida de negro completamente, tapada toda hasta la cintura, con un rosario en sus manos.

A los 6 meses del entierro de su mujer, como no quería volver a quedarse de nuevo solo, en su nueva condición de viudo, de nuevo, se trajo a una mujer de Alhama de Murcia, llamada Ángeles. Y ésta hacía honor a su nombre: era una mujer guapa, rubia, con buena figura, simpática y muy alegre, de la que el viudo iba fardando por todo el barrio, diciendo "que esta mujer tiene unos pechos que me vuelven loco", y es que la mujer tenía un busto generoso, que llamaba la atención del viudo. Ella era soltera y sin hijos, pero con un carácter totalmente distinto al de su predecesora. De nuevo, el viejo ávaro, no le daba un duro para comer. Acaso una moneda al día. Pero ella, a diferencia de la otra, se enzarzaba a pelearse con él, aunque ésto no cambiaba la situación, por desgracia para ella.
Desesperada, acudía a casa de las vecinas de confianza, y la madre de quien cuenta la historia, amiga ella y su familia de Doña Filomena, le daban un plato de comida al mediodía, pero ella decía que si su marido le veía el plato, le preguntaría de dónde lo había sacado. Así que la vecina le dijo, que se lo comiera allí mismo en su casa y así no lo vería. 

Pero ocurrió que un día no le dió tiempo a comérselo allí, y se lo llevó a su casa. Y cuando apareció el viejo ávaro, se lo quito, y se comió el casi todo el plato dejando apenas unas sobras para ella. Eso sí, café no faltaba nunca allí, porque al señor le gustaba tomar varias tazas de café al día. Algún mendrugo de pan le traía, bien seco, y naranjas y limones. Así el menú diario eran sopas de pan y ajo. Enterada la familia de Ángeles de la situación de la mujer, porque a veces venían las hermanas a quedarse una semana, decidieron tramar un plan para rescatarla de las garras del viudo.
Y así, fingiendo, salir a un recado a la farmacia, la sobrina de la mujer que tenía coche, paró en una esquina, se montó, y se fueron rumbo a Alhama. El hombre al ver que tardaba mucho en regresar, sospechó que podía haberlo dejado, y puso rumbo al pueblo de ésta, a por ella.

Pero como seguían siendo los tiempos en que la mujer "era posesión del marido", él les dijo que o salía la mujer por las buenas y se montaba en su coche rumbo a su casa, o llamaría a la guardia civil, y tendría que llevársela por la fuerza. Así, eran las cosas en aquellos tiempos, y tuvo que subirse a aquel coche, rumbo de nuevo al Averno. Y de nuevo fué pasando el tiempo y siguieron las discusiones, y fruto de estas, de nuevo, ocurrió lo impensable.
Esta mujer, de nuevo, como su antecesora, somatizó en su cuerpo todas las discusiones y el daño no tardó en aparecer: una mañana se levantó y se vió un pequeño granito en su generoso pecho. Fue al médico a consultar, y las pruebas eran claras: tenía cáncer.
En ese mismo momento, su familia vino de nuevo a por ella, y esta vez se la llevaron al pueblo de donde no volvería jamás. Su marido, furioso porque quería verla, a sabiendas de su enfermedad, no le permitió la familia verla ni una sola vez. Ni acudir a su sepelio, la familia se lo impidió por la vida que le infligió a esta pobre mujer, víctima una vez más del alma oscura de éste viudo ávaro.
Pero esto no queda aquí, ya muy mayor, intentó de nuevo buscar otra nueva novia...pero el karma, hizo acto de aparición. Ya sabéis, aquella ley cósmica, que dice que a una acción, le sigue una reacción, y a una acción de naturaleza oscura, sigue una reacción también oscura. Como las fichas de un dominó, que finalmente cae sobre uno mismo. No importa cuanto tarde, al final siempre pasa factura. Y pasó que el hombre, ya mayor y enfermo, vivía solo en la casa que había vivido con sus dos mujeres fallecidas. Y una mañana, salió al patio interior de su casa, y en esto que se resbaló y cayó al suelo. Como era muy mayor, no pudo levantarse, y quedo tendido panza arriba. Intentó una y otra vez levantarse haciendo acopio de todas sus fuerzas, pero no pudo. Y resultó que, el dia que estaba nublado, terminó por cerrarse y al poco tiempo de quedar allí tendido a la intemperie, comenzó a llover fuerte, y estuvo lloviendo durante tres días, mientras el hombre quedó allí tendido en el suelo durante todo ese tiempo, orinandose y defecandose encima, mientras pedía socorro, algo que nadie oyó, y poco a poco fue perdiendo las fuerzas y los gritos ahogados pidiendo ayuda, eran cada vez más débiles. Como vivía solo nadie le echó en falta. Y los vecinos, a los tres días oyeron una voz muy débil y ahogada que salía de uno de los patios, y fueron en su ayuda. El hombre estaba mojado, había pasado días y noches a la intemperie, completamente helado y sin comer ni beber en el suelo. Se lo llevaron al hospital, pero a los pocos días murió.
Murió en el patio, junto a la habitación donde habían velado a una de sus mujeres, en la casa, que había sido el escenario de la historia cruel de dos mujeres que perdieron su vida de manera muy triste.
En fin como decía Jesús de Nazaret, "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo, si pierde su alma?. 
Una frase que se le atribuye a Siro de Pavia, el Santo,  "A la  pobreza le faltan muchas cosas, a la avaricia todas" y "El que persigue dos liebres no coge ninguna.".

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