Felices Fiestas y Feliz Navidad para todos los lectores/@s de este blog!! Que el espíritu navideño os acompañe, estas fiestas, y que comáis muchos dulces sin azúcar (desear lo contrario sería hacerle un flaco favor a los dentistas, que estas navidades tienen que estar empachados de tanto trabajo, con tanta golosina suelta, jejeje, que mala soy).
Pero sin dar más vueltas para no marearnos, sin más preámbulos, he decidido regalar a todos mis lectores un relato breve (pero intenso, espero), sobre una historia que he titulado "Cajero Nocturno", cuando "el terror toma forma en una entidad bancaria", (algo tan de moda últimamente, por desgracia) con un título sugerente, cargado de terrores, que espero que haga las delicias de aquellos, que buscan pasar un buen rato, con algo diferente a lo habitual. Espero conseguirlo, y que la próxima vez que alguno de vosotros visite un cajero lo vea con otros ojos, con los ojos del misterio, de lo que sin duda nos envuelve con un envoltorio invisible a la espera de asaltarnos cuando menos lo esperas.
Dedicado con cariño a la Plataforma de afectados por la hipoteca por su excelente labor de ayudar a otros de manera desinteresada.
Antes, un fragmento:
"El terror es algo que mora en un lugar secreto de la vida, que se manifiesta a través de la carne humana. Es aquello que sin tener forma, se moldea a sí mismo. ¿Cómo es que la luz del sol no se oscurece ante tal cosa y la sólida Tierra no se derrite y hierve bajo esa carga?.."
Arthur Machen, "El gran dios Pan" (interpretación personal de dicho fragmento)
Aquella noche salí más tarde de lo normal del trabajo. Había estado toda la tarde sumido en balances contables y estadísticas, y casi a última hora, me había sumergido en una reunión para debatir la situación de la empresa con los acreedores. Así que, sin poder remediarlo, el reloj marcó las doce de la noche mientras cerraba la puerta de la oficina. Deambulé Gran Vía arriba, arrastrando los pies de pleno cansancio, deseoso por llegar lo antes posible a casa para darme una merecida ducha que me desentumeciera mis doloridos músculos. Mi dolor crónico de espalda parecía seguirme a todas partes desde hacía años. Si no llega a ser por el gélido aire que soplaba a aquellas horas en pleno mes de Diciembre, me hubiera caído de sueño y cansancio en plena calle. Debería poner el aire acondicionado de la oficina más frío, estamos todos atontados de tanto calor-pensé.
A esas horas, no había ni un alma en la calle, ni siquiera en la avenida más céntrica de Murcia. Algún chaval que otro a lo lejos, y algún coche, pero poca cosa.
Cuando ya estaba llegando al final de la avenida y a punto de llegar al Puente de los Peligros, me acordé de que al día siguiente cerraban las oficinas bancarias por ser festivo, y además tenía una comida con amigos, así que convendría sacar dinero para el día siguiente, ya que no portaba en ese momento efectivo.
Divisé un cajero un poco más delante de dónde me encontraba, a un lado de la avenida, y atravesé la calle a buen ritmo aprovechando la inexistencia de vehículos a estas horas. Cuando me disponía a entrar me detuve en seco, y salí despavorido: dentro había un indigente tirado en el suelo, medio recostado y tapado con otro cartón, durmiendo plácidamente. Sentí pena por el pobre diablo, y al mismo tiempo un impulso de salir inmediatamente de allí, cosa que hice sin dudar.
No me gusta sacar dinero si hay otras personas dentro del cajero. Siempre he sido un tipo desconfiado.
Así que busqué calle arriba otro cajero dónde sacar efectivo. Bingo. Un poco más adelante en la otra acera, había otro. Sin dudar, crucé la calle de nuevo, deseando tener más suerte y no tropezarme con nadie esta vez.
Entré, y me sentí aliviado porque no hubiera nadie. Tecleé rápidamente mi contraseña en el teclado del cajero. Una oscura cámara de seguridad estaba grabando frente a mí. Me acerqué por curiosidad al tiempo que la lucecita roja de grabación parpadeaba sin cesar. Y cuál fue mi sorpresa cuando vi reflejada no sólo mi cara en el oscuro cristal de la cámara, sino la de alguien más posicionado detrás de mí. Solté un grito ahogado de exclamación, presa de la sorpresa. Joder, estaba allí sólo, pero esa maldita cámara mostraba alguien más a quién no podía ver. Miré sorprendido en derredor de aquel pequeño habitáculo diáfano en donde no había ningún obstáculo en dónde se pudiera esconder alguien.
-Será un reflejo provocado por el cristal del escaparate -pensé para mis adentros , alguien que ha pasado por la calle, se ha reflejado en los cristales, y a la misma vez en el cristal de la cámara.
Respiré profundamente, aliviado por estos pensamientos a tiempo que salía de ellos, por los pitidos que emitía el cajero, al requerir más datos para continuar, con la transacción, que había dejado a medio. En ese momento entró un tipo en el cajero. Un hombre de mediana edad, bien vestido, con un abrigo largo del lana azul marino que le llegaba casi a los tobillos. Me saludó amablemente, y continué seleccionando la cantidad que iba a sacar.
Con 200 euros estará bien-pensé. Confirmé la operación, me guardé el dinero en la cartera y esperé a que saliera el comprobante. Todo estaba correcto, así que me guardé la cartera de nuevo en el abrigo.
Con curiosidad volví a mirar a la cámara y vi de nuevo a aquel tipo detrás de mi, que había visto minutos antes, solo que ahora sí que había alguien detrás de mí. Me dí la vuelta, y aquel tipo me sonrió, con una mueca nerviosa que no me gustó nada. Un largo escalofrío recorrió mudo mi espalda.
La expresión de su cara parecía reflejar odio y alegría a la misma vez, y el resultado de ello, era una mueca antinatural, de muñeco despersonalizado tal vez.
Le devolví la sonrisa, tratando de disimular cualquier señal de nerviosismo por mi parte, y, de lo más tranquilo me acerqué a la puerta. El hombre se posicionó delante impidiéndome el paso, tanto, que podía olerle hasta el aliento pútrido mezclado con alcohol, y una colonia barata que dejaba un tufillo en el aire bastante repelente, por cierto.
-Señor, creo que se le ha caído algo al suelo-dijo sin perder ni un ápice su macabra sonrisa.
Deparé en su cara. Presentaba un aspecto horrible del que no me había percatado antes: estaba demacrado, ojerizo, mal afeitado, de piel cetrina que presentaba un aspecto mortecino a la luz de aquellas luces artificiales, pelo revuelto y apelmazado.. también pude apreciar sus ojos, algo hundidos, y brillantes, como un lince antes de saltar sobre su presa; el abrigo que anteriormente me había causado buena impresión, estaba raído por zonas, embolado, y sucio, que parecía más propio del abrigo de un mendigo que el de un tipo que va a sacar dinero a un cajero a medianoche.
Una mala racha la tiene cualquiera-pensé, continuando de explicar aquellos pensamientos acelerados que se iban agolpando en mi mente.
Miré hacia atrás, y vi un papel en el suelo. Aquel tipo llevaba razón, se me había caído algo. Me acerqué y me dispuse a recogerlo, cuando en aquel momento, el tipo aquel, se me tiró encima , y de súbito noté como algo caliente manaba de mi pecho, por mi espalda, como un río borboteante que mana sin cesar.
Me llevé la mano al pecho y abrí los ojos estupefacto al comprobar que lo que brotaba era sangre. Me había apuñalado.
-Dame la cartera-dijo el tipo, sin andarse con rodeos.
-¿Porqué?-dije.
-¿Porqué qué, pobre imbécil?, he dicho que me des la cartera, o ¿ es que no me has oído?..
-¿Porqué me haces esto?-dije.
-Oye no tengo tiempo para conversaciones, dame la cartera o te sigo rajando..
-Tome..
-Mira, hijo de puta, te he seguido por toda la puta Gran Vía, viendo como entrabas y salías de los cajeros, y he pensado, a este hijo puta le sobra el dinero, así que no creo que le pase nada por pedirle un poco prestado..
-Me muero...¡Ayúdame!, ¡Tengo frío!..
-Pues muérete cabrón, la gentuza como tú no valéis nada, mañana saldrás en las oficinas, y al día siguiente ya no existirás, serás recuerdo...
-¡Ayúdame, ten misericordia, te daré más dinero si me ayudas..!
-No hace falta, ya tengo tu tarjeta y he visto tu pin. Me voy a otro cajero a joderte vivo, cabrón.
-¡No!, oye, no me dejes aquí..
-Oye, gilipollas, calladito o te sigo cosiendo el pecho a navajazos.
-Está bien...vale.
El tipo salió por la puerta, mientras yo sentía cada vez más y más frío en el cuerpo y se me entumecían los miembros. De pronto, empecé a verlo todo negro, y aquel cajero empezó a darme vueltas, todo giraba, y giraba muy deprisa, ya no sentía ningún dolor, ni tampoco tenía frío.
Como mismo había comenzado, cesó todo de súbito, aunque seguía sumido todo en total oscuridad. Me levanté, y a tientas ví al fondo una luz, dando vandazos, llegué hasta ella. No tenía ni idea de lo que estaba pasando, ¿acaso sería un sueño? Tal vez....
Me acerqué a la luz, y ví rodeado por una pantalla de cristal oscuro. Al otro lado de la pantalla y de la luz, había un señor que no conocía, y de buen aspecto.
Llevaba un abrigo marrón con una bufanda a rayas. Tecleaba unos números en lo que parecía un cajero. Le grité nervioso, aporreé la pantalla, pero aquel señor seguía sin percatarse de mi presencia.
En aquel momento, comprendí, casi de inmediato, lo que estaba ocurriendo: aquel tipo que había visto reflejado minutos antes en la cámara de seguridad detrás de mí, era yo, que estaba presenciando mi propia muerte, desde un tiempo futuro, quizás desde un universo paralelo que siniestramente se había adelantado a los acontecimientos por minutos de diferencia.
Aterrorizado por el descubrimiento que acababa de hacer, decidí esperar tras la cámara, a ver si alguien podría verme y sacarme algún día de allí...
A esas horas, no había ni un alma en la calle, ni siquiera en la avenida más céntrica de Murcia. Algún chaval que otro a lo lejos, y algún coche, pero poca cosa.
Cuando ya estaba llegando al final de la avenida y a punto de llegar al Puente de los Peligros, me acordé de que al día siguiente cerraban las oficinas bancarias por ser festivo, y además tenía una comida con amigos, así que convendría sacar dinero para el día siguiente, ya que no portaba en ese momento efectivo.
Divisé un cajero un poco más delante de dónde me encontraba, a un lado de la avenida, y atravesé la calle a buen ritmo aprovechando la inexistencia de vehículos a estas horas. Cuando me disponía a entrar me detuve en seco, y salí despavorido: dentro había un indigente tirado en el suelo, medio recostado y tapado con otro cartón, durmiendo plácidamente. Sentí pena por el pobre diablo, y al mismo tiempo un impulso de salir inmediatamente de allí, cosa que hice sin dudar.
No me gusta sacar dinero si hay otras personas dentro del cajero. Siempre he sido un tipo desconfiado.
Así que busqué calle arriba otro cajero dónde sacar efectivo. Bingo. Un poco más adelante en la otra acera, había otro. Sin dudar, crucé la calle de nuevo, deseando tener más suerte y no tropezarme con nadie esta vez.
Entré, y me sentí aliviado porque no hubiera nadie. Tecleé rápidamente mi contraseña en el teclado del cajero. Una oscura cámara de seguridad estaba grabando frente a mí. Me acerqué por curiosidad al tiempo que la lucecita roja de grabación parpadeaba sin cesar. Y cuál fue mi sorpresa cuando vi reflejada no sólo mi cara en el oscuro cristal de la cámara, sino la de alguien más posicionado detrás de mí. Solté un grito ahogado de exclamación, presa de la sorpresa. Joder, estaba allí sólo, pero esa maldita cámara mostraba alguien más a quién no podía ver. Miré sorprendido en derredor de aquel pequeño habitáculo diáfano en donde no había ningún obstáculo en dónde se pudiera esconder alguien.
-Será un reflejo provocado por el cristal del escaparate -pensé para mis adentros , alguien que ha pasado por la calle, se ha reflejado en los cristales, y a la misma vez en el cristal de la cámara.
Respiré profundamente, aliviado por estos pensamientos a tiempo que salía de ellos, por los pitidos que emitía el cajero, al requerir más datos para continuar, con la transacción, que había dejado a medio. En ese momento entró un tipo en el cajero. Un hombre de mediana edad, bien vestido, con un abrigo largo del lana azul marino que le llegaba casi a los tobillos. Me saludó amablemente, y continué seleccionando la cantidad que iba a sacar.
Con 200 euros estará bien-pensé. Confirmé la operación, me guardé el dinero en la cartera y esperé a que saliera el comprobante. Todo estaba correcto, así que me guardé la cartera de nuevo en el abrigo.
Con curiosidad volví a mirar a la cámara y vi de nuevo a aquel tipo detrás de mi, que había visto minutos antes, solo que ahora sí que había alguien detrás de mí. Me dí la vuelta, y aquel tipo me sonrió, con una mueca nerviosa que no me gustó nada. Un largo escalofrío recorrió mudo mi espalda.
La expresión de su cara parecía reflejar odio y alegría a la misma vez, y el resultado de ello, era una mueca antinatural, de muñeco despersonalizado tal vez.
Le devolví la sonrisa, tratando de disimular cualquier señal de nerviosismo por mi parte, y, de lo más tranquilo me acerqué a la puerta. El hombre se posicionó delante impidiéndome el paso, tanto, que podía olerle hasta el aliento pútrido mezclado con alcohol, y una colonia barata que dejaba un tufillo en el aire bastante repelente, por cierto.
-Señor, creo que se le ha caído algo al suelo-dijo sin perder ni un ápice su macabra sonrisa.
Deparé en su cara. Presentaba un aspecto horrible del que no me había percatado antes: estaba demacrado, ojerizo, mal afeitado, de piel cetrina que presentaba un aspecto mortecino a la luz de aquellas luces artificiales, pelo revuelto y apelmazado.. también pude apreciar sus ojos, algo hundidos, y brillantes, como un lince antes de saltar sobre su presa; el abrigo que anteriormente me había causado buena impresión, estaba raído por zonas, embolado, y sucio, que parecía más propio del abrigo de un mendigo que el de un tipo que va a sacar dinero a un cajero a medianoche.
Una mala racha la tiene cualquiera-pensé, continuando de explicar aquellos pensamientos acelerados que se iban agolpando en mi mente.
Miré hacia atrás, y vi un papel en el suelo. Aquel tipo llevaba razón, se me había caído algo. Me acerqué y me dispuse a recogerlo, cuando en aquel momento, el tipo aquel, se me tiró encima , y de súbito noté como algo caliente manaba de mi pecho, por mi espalda, como un río borboteante que mana sin cesar.
Me llevé la mano al pecho y abrí los ojos estupefacto al comprobar que lo que brotaba era sangre. Me había apuñalado.
-Dame la cartera-dijo el tipo, sin andarse con rodeos.
-¿Porqué?-dije.
-¿Porqué qué, pobre imbécil?, he dicho que me des la cartera, o ¿ es que no me has oído?..
-¿Porqué me haces esto?-dije.
-Oye no tengo tiempo para conversaciones, dame la cartera o te sigo rajando..
-Tome..
-Mira, hijo de puta, te he seguido por toda la puta Gran Vía, viendo como entrabas y salías de los cajeros, y he pensado, a este hijo puta le sobra el dinero, así que no creo que le pase nada por pedirle un poco prestado..
-Me muero...¡Ayúdame!, ¡Tengo frío!..
-Pues muérete cabrón, la gentuza como tú no valéis nada, mañana saldrás en las oficinas, y al día siguiente ya no existirás, serás recuerdo...
-¡Ayúdame, ten misericordia, te daré más dinero si me ayudas..!
-No hace falta, ya tengo tu tarjeta y he visto tu pin. Me voy a otro cajero a joderte vivo, cabrón.
-¡No!, oye, no me dejes aquí..
-Oye, gilipollas, calladito o te sigo cosiendo el pecho a navajazos.
-Está bien...vale.
El tipo salió por la puerta, mientras yo sentía cada vez más y más frío en el cuerpo y se me entumecían los miembros. De pronto, empecé a verlo todo negro, y aquel cajero empezó a darme vueltas, todo giraba, y giraba muy deprisa, ya no sentía ningún dolor, ni tampoco tenía frío.
Como mismo había comenzado, cesó todo de súbito, aunque seguía sumido todo en total oscuridad. Me levanté, y a tientas ví al fondo una luz, dando vandazos, llegué hasta ella. No tenía ni idea de lo que estaba pasando, ¿acaso sería un sueño? Tal vez....
Me acerqué a la luz, y ví rodeado por una pantalla de cristal oscuro. Al otro lado de la pantalla y de la luz, había un señor que no conocía, y de buen aspecto.
Llevaba un abrigo marrón con una bufanda a rayas. Tecleaba unos números en lo que parecía un cajero. Le grité nervioso, aporreé la pantalla, pero aquel señor seguía sin percatarse de mi presencia.
En aquel momento, comprendí, casi de inmediato, lo que estaba ocurriendo: aquel tipo que había visto reflejado minutos antes en la cámara de seguridad detrás de mí, era yo, que estaba presenciando mi propia muerte, desde un tiempo futuro, quizás desde un universo paralelo que siniestramente se había adelantado a los acontecimientos por minutos de diferencia.
Aterrorizado por el descubrimiento que acababa de hacer, decidí esperar tras la cámara, a ver si alguien podría verme y sacarme algún día de allí...
FIN